
En octubre de 2021, Josh Cavallo, futbolista del Adelaide United, hizo historia al convertirse en el primer jugador en activo en declararse abiertamente homosexual. Su mensaje fue claro: quería ser libre y no vivir con miedo. La reacción inicial pareció positiva, con muestras de apoyo de compañeros, clubes e incluso la FIFA. Sin embargo, casi cuatro años después, el odio sigue persiguiéndolo.
Ha sido el propio Cavallo quien ha confesado que “todavía” sigue recibiendo “múltiples amenazas de muerte a diario”. “Hay múltiples, múltiples amenazas de muerte que me llegan a diario todavía. Es bastante triste de ver”, declaró recientemente en el podcast Footballers Unfiltered, dirigido por el sindicato de futbolistas FIFPro.
Un problema estructural
El fútbol sigue siendo un entorno hostil para la diversidad. La falta de futbolistas abiertamente homosexuales no es casualidad: el miedo a represalias, a la pérdida de patrocinios o al rechazo dentro del vestuario sigue siendo una barrera.
Cavallo, que se ha convertido en un referente, advierte que salir del armario en el mundo del fútbol supone enfrentarse a “una montaña de inconvenientes”, ya que, bajo su punto de vista, este deporte es todavía “un lugar muy tóxico para un jugador abiertamente gay”.
Su testimonio deja claro que, aunque haya gestos de apoyo, el problema sigue sin resolverse. “Es algo que no todo el mundo sería capaz de manejar, por lo que tendría que pasar. Sigo pensando que estamos muy, muy lejos de la aceptación en este espacio”, reconoce el jugador.
¿Qué están haciendo las instituciones?
Organismos como la FIFA o la UEFA han lanzado campañas contra la discriminación, pero muchas veces quedan en simples gestos simbólicos. En el Mundial de Catar 2022, por ejemplo, la FIFA amenazó con sanciones a los jugadores que querían portar brazaletes con el lema “One Love” en apoyo a la comunidad LGTBI+.
En las ligas nacionales, las respuestas también han sido tibias. En Australia, donde juega Cavallo, la A-League condenó los insultos recibidos y sancionó a algunos aficionados, pero las medidas no han sido suficientes para erradicar el problema.
Para muchos jóvenes LGTBI+ que sueñan con ser futbolistas, ver casos como el de Cavallo puede ser desalentador. Sin referentes positivos en la élite, el mensaje que se envía a las nuevas generaciones es claro: ser abiertamente homosexual en el fútbol sigue siendo un riesgo.

Aun así, Cavallo no se arrepiente de haber dado el paso. “Aquello fue la mejor decisión que podía haber tomado porque el odio no es suficiente para convertir en arrepentimiento la normalización de poder vivir mi auténtico yo”, asegura. Es más, reconoce que debería haberlo hecho antes.
El fútbol necesita más que campañas publicitarias para erradicar la homofobia. Se requieren sanciones reales contra los insultos, medidas de protección para los jugadores y un cambio en la cultura del deporte.
Cavallo sigue jugando, sigue resistiendo y sigue denunciando la violencia que sufre. Pero su historia deja una pregunta abierta: ¿hasta cuándo será noticia que un futbolista sea abiertamente gay?