
El 20 de septiembre es una fecha cargada de significado en Puerto Rico. Coincide con el octavo aniversario del huracán María, una de las tragedias más devastadoras que ha vivido la isla. Este día simboliza la resiliencia del pueblo boricua, su fuerza frente a la adversidad y su capacidad de reconstrucción. Bad Bunny eligió esta fecha para transformar la memoria de la tragedia en un acto de orgullo, celebración y homenaje, recordando la fuerza de su gente y convirtiendo su concierto en un símbolo de resistencia. “No me quiero ir de aquí una más”, transmitido mundialmente a través de Prime Video, Amazon Music y Twitch, cerraba la residencia de 30 conciertos del artista en el Coliseo José Miguel Agrelot de San Juan, un ciclo que ha marcado un hito en la historia musical de Puerto Rico y ha generado impacto económico, cultural y social en la isla.
Era madrugada en España, y yo estaba solo en mi habitación frente a la pantalla, preparado para sumergirme en un espectáculo que prometía ser más que música: una experiencia total. Mis expectativas eran altas, y lo que viví superó todo lo que había anticipado. Nunca había visto al artista en directo, ni en persona ni en streaming, y desde el primer instante se percibía que estaba ante un show diseñado para emocionar, divertir y conectar.
La escenografía fue impresionante y cuidadosamente pensada. Diferentes escenarios, como “la montaña”, “la casita” o el escenario principal, transportaban al espectador directamente a Puerto Rico. La montaña evocaba la majestuosidad de los paisajes boricuas y transmitía poder y grandeza, mientras que la casita ofrecía un ambiente íntimo y cálido, casi como si estuviéramos invitados a la sala del artista. El escenario principal, con su iluminación dinámica y su diseño de gran formato, servía como núcleo que unía todos los espacios. La alternancia de escenarios no solo modulaba la energía del concierto, sino que construía una narrativa visual y emocional que acompañaba cada canción, reforzando la inmersión en la cultura y el espíritu boricua.

La entrada de Bad Bunny fue impactante. Con un vestuario casual y moderno, combinado con movimientos de escenario enérgicos, el artista marcó el tono de la noche: cercano, auténtico y seguro de su mensaje. Aunque veía el streaming desde mi habitación, la energía del público en el Coliseo era palpable: gritos, aplausos y vítores se percibían incluso a través de la pantalla, mostrando la fuerza del vínculo entre artista y audiencia.
Desde el primer bloque, el concierto alternó momentos íntimos y explosiones de fiesta. La primera sección incluyó canciones icónicas que permitieron sentir la esencia de Puerto Rico, mientras que en los bloques posteriores los mashups y colaboraciones llevaban la intensidad a otro nivel. Durante la interpretación de “La casita”, el público fue transportado a un espacio íntimo y acogedor, casi familiar, donde la cercanía con el artista se sentía tangible. Este momento demostró que, aunque el concierto tenía grandes producciones, también podía ofrecer instantes de calma y reflexión.
Un momento particularmente especial fue la interpretación acústica de “Café con ron”. La simplicidad de la instrumentación y la vulnerabilidad de la voz del artista crearon un instante de conexión profunda con los espectadores, recordando que la música puede emocionar incluso en su forma más sencilla. Fue un respiro entre los bloques más enérgicos, una pausa que resaltó la versatilidad del concierto y la capacidad del artista para dominar tanto la fiesta como la intimidad.
El mashup central del concierto fue uno de los momentos más electrizantes. Combinando canciones como “Tiburón”, “Safaera”, “Hoy se bebe” y “Yo te mamo toa”, la sección desató una euforia total. La energía era contagiosa: gritos, aplausos y baile se fusionaban con cada cambio de ritmo, creando un clímax que encapsulaba toda la esencia del espectáculo. Las colaboraciones en vivo, especialmente durante Safaera, aportaron dinamismo adicional y reforzaron la sensación de comunidad, conectando a distintos artistas y generaciones sobre el escenario.
La calidad de sonido y producción fue impecable. Cada percusión, cada bajo, cada efecto electrónico estaba cuidadosamente trabajado, permitiendo que incluso los espectadores más alejados del escenario sintieran cada matiz. Aunque no hubo proyecciones visuales espectaculares, la combinación del escenario, la iluminación, los cambios de escenario y la energía del artista bastaba para mantener al público completamente inmerso en la experiencia.

Otro momento que subrayó la relevancia social del concierto fue el discurso sobre Puerto Rico, en el que Bad Bunny abordó temas de libertad, educación, sanidad y desarrollo social. Sus palabras transformaron la noche en un espacio de reflexión y reivindicación, recordando que la música puede ser un vehículo para la conciencia y la acción. La reacción del público, emotiva y respetuosa, reforzó la importancia de este bloque y consolidó al concierto como un homenaje cultural y social más allá del entretenimiento.
El punto culminante histórico llegó con “Preciosa”, interpretada junto a Marc Anthony, una canción que no había sido cantada en ninguna de las noches anteriores de la residencia y que llevaba más de 20 años sin presentarse en vivo. La aparición de Marc Anthony elevó la emoción a niveles extraordinarios: la combinación de sus voces, la historia de la canción y la conexión con la cultura boricua hicieron de este instante un hito musical y emocional. Fue un momento de nostalgia, orgullo y admiración, recordando que este concierto no solo celebraba los éxitos modernos, sino también la historia y memoria musical de Puerto Rico.
Durante toda la noche, Bad Bunny también homenajeó a su público con guiños constantes y frases que reforzaban la participación, recordando que la interacción era parte esencial de la experiencia. La sensación general fue de energía, diversión y perreo, pero también de orgullo, identidad y pertenencia. Incluso los detalles más sutiles, como movimientos de cámara o cambios de iluminación, contribuyeron a que cada instante tuviera significado y emoción.
Además, el concierto tuvo un impacto económico y cultural importante. La residencia generó ingresos turísticos, empleos y visibilidad internacional, mientras que la colaboración con Amazon buscó impulsar iniciativas en educación, ayuda en desastres y empoderamiento cultural en Puerto Rico. Este espectáculo demostró que la música puede ser un motor de cambio social y cultural, además de diversión y entretenimiento.
En definitiva, “No me quiero ir de aquí una más” no fue solo un concierto: fue un viaje emocional, histórico y cultural, un homenaje a la resiliencia del pueblo boricua, un acto de celebración y conciencia, y un recordatorio del poder de la música para unir generaciones y transformar la adversidad en orgullo. Cada canción, cada gesto, cada mashup, cada bloque acústico y cada colaboración contribuyeron a una experiencia que permanece en la memoria mucho después de que la última nota se desvaneciera.
En una palabra: inolvidable.
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