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Por qué no celebrar el 8M

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Cada 8 de marzo, las redes se llenan de mensajes de apoyo, las empresas lanzan campañas con el color morado y algunos se apresuran a felicitar a las mujeres como si este fuera un día de celebración. Pero, ¿realmente hay algo que celebrar?

No, el 8M no es una fiesta. No es un día para flores, descuentos en tiendas o discursos vacíos. Es una jornada de lucha, de memoria y de exigencia. Porque, aunque hemos avanzado, la igualdad sigue siendo una meta lejana. Mientras haya mujeres asesinadas por el simple hecho de serlo, mientras la violencia machista siga siendo una realidad cotidiana, mientras las brechas salariales condenen a muchas a ganar menos por el mismo trabajo y mientras el techo de cristal siga impidiendo que lleguen a los mismos puestos de poder que los hombres, no hay motivo para la celebración.

El feminismo ha logrado grandes victorias, es cierto, pero no podemos conformarnos con lo conseguido. En un mundo donde muchas mujeres aún tienen miedo de volver solas a casa de noche, donde los derechos sexuales y reproductivos son constantemente cuestionados y donde el trabajo de cuidados sigue recayendo mayoritariamente sobre ellas sin reconocimiento ni remuneración, la lucha no puede detenerse.

Además, el 8M no es solo un día para recordar las desigualdades de género más evidentes. También es un momento para reflexionar sobre cómo el feminismo debe ser inclusivo y transversal. No todas las mujeres viven las mismas realidades: las mujeres trans siguen siendo cuestionadas y marginadas en muchos espacios, las mujeres racializadas enfrentan una doble discriminación, y las mujeres en situación de precariedad son las que más sufren las consecuencias de un sistema que sigue beneficiando a unos pocos.

Por eso, no celebremos el 8M. No lo convirtamos en una fecha vacía, en una excusa para campañas de marketing que se olvidan al día siguiente. El feminismo no necesita aplausos, necesita cambios reales. Necesita que nos cuestionemos qué estamos haciendo como sociedad para garantizar la igualdad, que exijamos políticas efectivas y que entendamos que la lucha no es solo de las mujeres, sino de todos.

Pero, claro, siempre hay quien prefiere ver el 8M como una especie de «Día de la Mujer» en el que toca felicitar, regalar flores o lanzar ofertas especiales en productos que, por cierto, suelen costar más si son de color rosa. Así que, siguiendo esta lógica absurda, permitámonos la ironía por un momento:

¡Feliz 8M!

  • A todas las mujeres que nunca han sido acosadas en la calle, en el trabajo o en el transporte público.
  • A las que nunca han sentido miedo de volver solas a casa de noche, mirando de reojo por si alguien las sigue.
  • A las que nunca han tenido que demostrar el doble para que se les reconozca la mitad.
  • A las que nunca han sido interrumpidas en una reunión, como si su voz tuviera menos peso.
  • A las que nunca han tenido que escuchar que su ropa, su actitud o su forma de hablar justificaban el machismo.
  • A las que nunca han visto cómo les preguntaban por su vida personal en una entrevista de trabajo, como si ser madre fuera más relevante que ser competente.
  • A las que nunca han sentido que su éxito era un motivo de envidia y su fracaso, una confirmación de los prejuicios.
  • A las que nunca han sufrido violencia de género, ni han tenido que leer titulares que tratan los feminicidios como «crímenes pasionales».
  • A las que nunca han sido reducidas a un estereotipo, a las que nunca han tenido que escuchar que «el feminismo ya no es necesario».

Si formas parte de este grupo selecto, enhorabuena. Pero lo más probable es que no sea así. Lo más probable es que, en mayor o menor medida, hayas vivido alguna de estas situaciones. Y lo más preocupante es que a muchas mujeres ni siquiera se les concede el privilegio de que su historia sea contada.

El 8M no es solo un día para recordar las desigualdades más evidentes. También es un momento para reflexionar sobre cómo el feminismo debe ser inclusivo y transversal. No todas las mujeres viven las mismas realidades:

  • Las mujeres trans siguen siendo cuestionadas y marginadas en muchos espacios, como si su identidad fuera un debate.
  • Las mujeres racializadas enfrentan una doble discriminación, invisibilizadas incluso dentro del propio movimiento feminista.
  • Las mujeres en situación de precariedad son las que más sufren las consecuencias de un sistema que sigue beneficiando a unos pocos, condenándolas a sueldos bajos y condiciones laborales abusivas.
  • Las mujeres con discapacidad ven cómo su acceso a la educación, el empleo y la vida pública está aún más limitado por una sociedad que no las tiene en cuenta.

Cada 8 de marzo, hay quienes preguntan si el feminismo sigue siendo necesario. La respuesta es evidente: sí. Sigue siendo necesario porque el patriarcado no es un fantasma del pasado, sino una estructura que sigue condicionando la vida de millones de mujeres. Sigue siendo necesario porque aún existen quienes creen que el feminismo es una moda o una exageración. Sigue siendo necesario porque, en pleno siglo XXI, todavía hay niñas que no pueden ir a la escuela, mujeres que son forzadas a matrimonios no deseados, trabajadoras que sufren acoso en sus empleos y madres que son penalizadas por el simple hecho de serlo.

Este 8M salgamos a las calles, levantemos la voz y recordemos que no es un día de fiesta, sino una jornada de reivindicación. Porque hasta que la igualdad no sea un hecho y no un ideal, no habrá nada que celebrar.

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